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que el Hospital Real, al que estaba adosada, por impru– dencia de unos soldados. El Hospital estaba además con– tiguo a un polvorín. Por descuido de dos soldados se prendió fuego en unos barriles de pólvora y, al explotar, hicieron volar también el Hospital, en el que por fortuna no había entonces enfermo alguno, siendo luego pasto de las llamas todo el edificio, como también la iglesia y casa de los religiosos. De cuanto en la iglesia había sólo se salvaron, según documentos que lo atestiguan, la imagen de la Virgen del Rosario, que se hallaba en el altar mayor, y el tabernáculo donde se guardaba el Santísimo. Dos pormenores muy dignos de tener en cuenta, según luego haremos notar. El Hospital, como cosa que interesaba grandemente a los gobernadores y soldados, se levantó de nuevo y muy pronto; pero no sucedió otro tanto con la iglesia. Tras repetidas cartas e instancias del Obispo de Cádiz, se logró del rey se concediesen cuatro mil ducados, con destino a remediar las necesidades de las iglesias de Larache y Má– mora, en comprar ornamentos y también en atender a los religiosos que se habían quedado sin casa, ordenando jun– tamente que por decoro se llevase al Santísimo a la propia casa del gobernador, con gran disgusto de éste. Una prueba más de lo mal que allí marchaban las cosas, la tenemos en el hecho de que, a pesar de la buena voluntad del rey y de haberlo mandado repetidas veces, los mencionados cuatro mil ducados no llegaron a cobrar– se jamás. Los religiosos hicieron varios viajes a España con esa finalidad, pero poco o nada consiguieron. Para llenar sus necesidades tuvieron que habérselas por su cuen– ta, y para reconstruir la iglesia, reponer imágenes, orna– mentos y demás utensilios sagrados, les fue forzoso acudir a los Superiores, que, con celo espléndido y generoso, no regatearon gastos en ese particular. Así lo hizo, por ejem- 23
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