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neo, particularmente, se había convertido en un mar de corsarios que entorpecían grandemente, cuando no impe– dían en un todo, la navegación y el comercio. Lo propio, aunque en menor proporción, sucedía en el Atlántico. Aquí merodeaban a su vez piratas y musulmanes, en deci– dida colaboración de los ingleses y holandeses; unos y otros se servían de las plazas de Marruecos para depósito de botín, en connivencia de los mercaderes moros. Por ese motivo la corte española, dispuesta a terminar con ellos y a desalojarlos de las costas africanas, después de haber tomado Larache, determinó asimismo, ya desde 1611, ce– gar el puerto de Mámora o tomarlo en definitiva y fortifi– carlo. Decidido a esto último, mandó Felipe III organizar en Cádiz una fuerte armada, compuesta de más de noventa barcos, con un total de seis mil quinientos hombres, entre los cuales iba gran parte de la nobleza de Castilla. La expedición se confió al que entonces era Capitán general del mar Océano, D. Luis Fajardo. Con él marcharon tam– bién muchos capitanes de nombre; entre ellos se contaba el conde de Elda, que gobernaba las galeras de Portugal, y el duque de Fernandina, que tenía el mando de las de España; asimismo el maestre de campo Jerónimo Agustín, el famoso artillero Cristóbal Lechuga y el ingeniero Cris– tóbal de Rojas. La escuadra partió de Cádiz el 1 de agosto de 1614 y el 3 se presentó delante de Mámora, cuando en la ría se hallaban surtos hasta 17 barcos de corsarios con más de quinientos hombres. Con refinada mala intención y previ– sión maliciosa echaron a fondo los corsarios tres de sus barcos a la entrada de la ría para estorbar el paso. A eso se añadió que el mal tiempo reinante impidió de momento a la escuadra acercarse a la playa, demora que los moros aprovecharon para reunir alguna gente y tratar de imposi- 13
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