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fuero:n a parar a la ciudad de Mequinez, donde sufrieron grandes ultrájes y es– carnios por parte de los infieles. Eran los franciscanos los encargados de propagar la fe católica en aquellas tierras desde los tiempos del seráfico San Francisco de Asís. En e:l siglo XIII,. uno d_e los santos más queri'dos de los creyentes, San Antonio de Padua, en ple– na y delicada adolescencia, quiso ser lle– vado al Africa para sacrificarse en aras de la propagación de la fe. Apenas se establecían las fuerzas cris– tianas en algún sitio se ofrecían Jos cita– idos religiosos a cumplir entre ,ellos sus menesteres y radiar su influjo a los in– dígenas. No solamente los castillos, for– talezas de una tradi'ción gloriosa que iba limpiando de sombras el mundo con– quistado, sino las mazmorras el'an sede de los infatigables defensores de Cristo. El rey Felipe IV, poniendo :fin a unas disensiones que en nada debían afectar a la viida espiritual que encarnaban los franciscanos, dió en Valencia, a 31 de octubre de 1645, una OTden a :fin de que 44
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