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en 1609 por Felipe III, provoca:ra entre los perjudicados. Algunos historiadores {entre ellos el R. P. S. Santibáñez, O. M. Cap.) no vacilan en achacar también el gran aumento de la temible piratería al establecimiento de nada escrupulosos co– mercian tes holandeses en puertos marro– quíes, que fomentaban eintre los natura– les el pillaje contra los navegantes, o so– bre las comarcas antes citadas de nues– tra patria. Las carabelas que hacia Amé– rica emprendían su rumbo eran muchas veces abordadas, y después de saquea– das ferozmente veían a sus amtiguos due– ños en los mercados de _esclavos que en el mismo puerto se organizaban tranqui'– famente. Tanto Felipe II co1no D. Manuel de Portugal .intentaron pacificar la 'beli– cosi<;lad de los norteafrican°os, p_ero con mi fracaso absoluto. Distante estaba ya el tiempo en que las armas de Carlos I y V obligaban a los piratas a dimitir su soberanía nefasta de los mares extendi– dos al pie y más allá de ¡nuestra penín~ sula. Una época de poca importancia mi'– litar, aunque llena de ideales y 1 de dig- 16

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