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;,QUIEN ES ELLA? 63 En aquellos momentos sentía que sólo una cosa valía de verdad la pena, que sólo esa cosa se podía hacer allí: renovar la decisión de ser y vivir para Dios. La vida ... , la propia persona... , ¿podían tener otra ocupa– ción o destino, que emplearse, como las de Jesús, «en las cosas que interesan al Padre»? (Le. 2,49). «Mi alma glorifica al Señor», acababa de leer repe– tidamente en los textos de la misa. Tales sentimientos del alma de la Madre se comprendían bien allí, mejor que nunca. Interrumpió mi acc1on de gracias un sacerdote por– tugués, que me pidió le confesara. Después de atender– le con caridad, me hubiese gustado arrodillarme junto a él, que cumplía la penitencia, para decirle fraternal– mente: Ahora que sentimos con mayor intensidad lo que significa ser sacerdotes, en este lugar e11 que una maravillosa Madre común nos hace olvidar todas nues– tras divisiones de lenguas y fronteras, vamos a repetir unidos, a repetir por nosotros y por todos nuestros her– manos, los que creen y los que dudan, la plegaria de nuestra misa: «Que esté siempre en nuestros corazones, Señor, el mismo divino fuego que abrasó inefablemente el Cora– zón de la Bienaventurada Virgen María». ¿No es en el corazón donde se fraguan las grande– zas o las miserias del hombre? -Haced, Señor, haced, Señora, nuestros corazones semejantes a los vuestros.
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