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m A la caída de aquella tarde de junio, bajo un cielo que se había cubierto de nubes próximas a lluvia, me arrodillé con otro Padre ante la capillita pobre que está en el mismo lugar donde la Señora tanto repitió el en– cargo: « Rezad, rezad el rosario». ¿ Y qué íbamos a re– zar allí, sino lo que Ella nos recomendó con tanto apre– mio? tos dos nos encontrábamos con una extraña de– voción, arrodillados sobre el desnudo suelo, como to– dos, confundidos entre cientos de fieles (pobremente vestidos la mayor parte), sintiéndonos de verdad her– manos todos ... ¡Qué bien se vivía allí el anuncio de la «bendita entre todas las mujeres»: «Todas las generaciones me llama– rán bienaventurada, porque grandes cosas ha hecho en mí el que es Poderoso»! Y ante Ella, plenamente Madre, el clamor siempre antiguo y siempre nuevo de nuestra incesante miseria: «Ruega por nosotros, pecadores» ...
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