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11 Allí en Fátima, uno de mis momentos mejores fue el de nuestra visita al lugar donde el ángel se apare– ció a los tres pastorcitos. Entre las rocas hendidas, de perfil cortante o pun– tiagudo, hay un monumento de reducidas proporciones, que perpetúa el recuerdo de lo ocurrillo allí. Cuando nosotros llegamos, un grupo de peregrinos rodeaba el monumento. De rodillas sobre las rocas, con edificante recogimiento, rezaban y cantaban... Daba gusto verlos y oírlos. El núcleo de lo que iban rezando o cantando -en su melosa habla portuguesa- era pre– cisamente la sencillísima oración que el ángel había enseñado en aquel lugar a los tres niños: «Dios mío: creo, espero, adoro y os amo. Os pido por los que no creen, no esperan, no ado– .ran y no os aman».

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