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5G EUSEBIO GARCIA DE PESQUERA Me pareció providencial, muy significativo, faustísi– mo, que mi primer encuentro con Fátima estuviera bajo el signo de la unión entre el Espíritu Santo y la Virgen Madre. ¿No debía yo, allí, buscar ante todo santifica– ción personal y fecundidad de apostolado? Pues ambas cosas las tenía cifradas en aquella misteriosa unión; y ambas cosas tendrían que lograrse en mí, en los de– más, como se logró un día la Encarnación de Dios Hijo (punto de arranque de la final empresa salvadora): «de Spiritu Sancto ex Maria Virgine»: del Espíritu Santo en y por María Virgen. El gozo de aquella mi primera impresión fue aumen– tando con la lectura de la misa -en Fátima se puede decir diariamente la votiva del Inmaculado Corazón de María-. ¡Qué alentador era su comienzo! «Vayamos con plena confianza al trono de la Gracia, a fin de ob– tener misericordia y encontrar gracia que nos remedie en el momento oportuno». Estas palabras, escritas en la Epístola a los Hebreos a propósito de Cristo, valen muy bien para proclamar lo que Dios ha querido que sea para nosotros la misma Virgen María. Después de tan estimulante exordio, bien podía bro– tar la oración: «Omnipotente y Sempiterno Dios, que en el corazón de la Virgen María preparaste al Espíritu Santo una digna morada: concede propicio a los que tratamos de honrar con todo amor a ese Corazón In– maculado, el poder vivir según tu propio Corazón». La cosa se prestaba a muchas consideraciones ... Por una parte, había cierta emoción de pasmo ante lo que tuvo que ser aquel corazón de mujer, de sim-

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