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26 EUSEBIO GARCIA DE PESQUERA Ella, finalmente, se encontró coronada a fondo con todo lo que de tal Maternidad se deriva... La fe que nosotros proclamamos en esta hora no– vísima del mundo, es la fe que ha habido en la Iglesia desde la primera hora, pues desde el principio los cris– tianos, bien seguros de que su Maestro Jesús de Naza– ret era el verdadero Hijo de Dios, confesaron y honra– ron a su madre como verdadera MADRE DE DIOS. «Zeotokos», decían los de habla griega. «Sancta Dei Génitrix», respondían los de habla latina. Pero también sobre este artículo de la FE, como ocu– rrió sobre tantos otros, vinieron luego las confusiones y las desviaciones. Un ilustre miembro del episcopado de Oriente, Nestorio, Patriarca de Constantinopla, fue el principal causante de la nueva herejía. Buscando ha– cer resaltar en Cristo el hecho innegable de su cabal y perfecta realidad riumana, se pasó de la raya, dejan– do en la oscuridad, si no de la negación, sí de la con– fusión, el no menos innegable hecho de su única per– sonalidad divina. Quedaba así disuelto el Misterio del Verbo Encarnado, como si en él hubieran coexistido dos personas dispares: la divina del Hijo de Dios y la hu– mana de Jesús de Nazaret. Lógicamente, si en el Señor Jesús se habían dado dos personas, su madre no podría llamarse con exactitud «Madre de Dios», pues su ma– ternidad habría alcanzado únicamente al sujeto humano que había en El. El genuino sentir cristiano-católico se impuso inol– vidablemente, con claridad y precisión, en el Concilio Ecuménico de Efeso, año de 432. En Cristo no había más que una persona, la divina del Hijo de Dios ( aun-
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