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8 l<JUSEBIO GARCIA DE PESQUERA lud que nos viene de parte de Dios» (Le 3,6), y preci– samente en el momento decisivo, aparece siempre una Mujer. Así, en el arranque de dicha Historia, como punto de partida para una histórica Esperanza, se proclama lo que va a suponer la Mujer en la obra de restaurar a la criatura humana frente al Enemigo que acaba de in– fligirle el primero y radical quebranto: «Total enemis– tad pondré entre ti (el Enemigo) y la Mujer, entre tu descendencia y la suya: Ella te pisará la cabeza... » (Gn 3,15). A la hora cumbre de realizar esa gran esperanza, de nuevo la Mujer: «llegada la plenitud de los tiempos, envió Dios desde el Cielo, de cabe Sí, a su propio Hi– jo, nacido de una Mujer... » (Gál. 4,4). Y otra vez Ella, cuando se inicia la Consumación: «¡Una gran señal apareció en el cielo!: una Mujer, re– vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y doce estrellas haciéndole corona sobre la cabeza» (Apocalip– sis, último libro de la Historia de la Salud, 12,1). Sabemos de qué mujer se trata, pues en el relato de lo que ocurrió en la «plenitud de los tiempos» se nos dice con palabra inspirada: <cAI sexto mes, fue envia– do por Dios el ángel Gabriel a cierta población de Ga– lilea, llamada Nazaret, con mensaje para una virgen... cuyo nombre era María» (Le 1,26-27) . La presencia, pues, de esa Mujer ha quedado así marcada con vigorosa dimensión en la Historia de la Salud.

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