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totalmente tallada y encarnada, si bien forzoso es confesar que donde el artista puso mayor esmero fue en aquellas partes extremas que habrían de quedar descubiertas: cabeza, manos y pies. Así es, en su aspecto material, físico, escul– tórico, esta bella imagen de N. P. Jesús, del Cristo de Medinaceli. Pasemos ante ella y de– tengámonos unos momentos a contemplarla con atención. Su conjunto nos impresiona y nos sobrecoge; es algo que subyuga totalmente nuestros sentidos y potencias, que nos llega al corazón; algo que, en medio de su silencio, nos habla de dolor, de majestad, de realeza; algo que se impone al bueno y al pecador, al cre– yente como al que no lo es; a unos atrae con amor; en otros, aun en su actitud de reo, deja sentir muy hondamente que es rey y que es juez. Millares de adoradores desfilan ante sus plan– tas todos los viernes del año para pedirle o darle gracias: unos, traspasada el alma de do– lor: otros, lleno el corazón de consuelo y alegría. Mas todos para entonar fervorosamente y con entusiasmo las palabras del himno: Padre nuestro, Jesús Nazareno, Rey eterno de amor y de paz; reina siempre en tus fieles esclavos y del mundo, Señor, ten piedad. - 95 -

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