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boca un tanto entreabierta; la barbilla corta; los párpados, medio cerrados y en actitud de dirigir aJ suelo los ojos sumisos y recatados. Sus brazos están entrecruzados y maniatados, cual si fuesen los de un vulgar facineroso, mien– tras que de su cuello peride una gruesa y nudosa cuerda; sus pies, descubiertos y desnudos, des– cansan sobre sencilla peana. El artista ha querido reproducir así la escena aquella de la Pasión, en que el presidente Pi– latos, después de fragelado Jesús, lo saca fuera del pretorio y lo presenta al pueblo, que voci– fera contra El, diciéndole: « ¡He aquí al hom– bre!», y mejor aun: « ¡Aquí tenéis a vuestro rey!» Esa fue su idea y su pensamiento: sorprender al Nazareno en ese momento solemne de su vida, y podemos asegurar que lo ha conseguido a maravilla. El porte de Jesús no puede ser ni más augusto ni más majestuoso. No obstante que su vista se dirige al suelo, en actitud hu– milde, aparece sereno y, al propio tiempo, cons– ciente de lo que es: reo en apariencia, pero rey muy verdadero en realidad. No puede negarse, por otra parte, que la ima– gen fue hecha a propósito para ser vestida, tal como se ve y como siempre se veneró. Sin em– bargo, al contrario de lo que sucede con la mayoría de las esculturas hechas con esa fina– lidad, lo propio que acontece incluso con la de Jesús del Gran Poder, ésta del Nazareno es -94-
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