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En medio de vivas estusiastas, de devotos cánticos y aclamaciones delirantes, precedida dé unos seiscientos, entre Flechas y Pelayos, que agitaban en sus manos blancas palmas, traídas expresamente de Elche, semejando aquello la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, la ima– gen del Nazareno fue recorriendo la plaza de la Opera, Arenal, Puerta del Sol, Carrera de San Je– rónimo y Medinaceli, y llegaba a su iglesia, de– teniéndose ante ella para recibir las últimas aclamaciones de los fieles en aquel triunfal día de su segunda entrada en Madrid. Con mayor esplendor, sin duda alguna, que en su entrada primera en la capital de España, después de su rescate de los moros en 1682, volvía la sagrada imagen a su templo, después de casi tres años, para ocupar aquel trono que la devoción de los fieles le había levantado, y seguir N. P. Jesús Nazareno derramando sus gracias y dones sobre los muchos devotos, que ni aun en aquellos días de revolución y de muer– te le habían olvidado. Vuelve también rodeado de los Capuchinos, que, a los muchos beneficios recibidos, tienen que agradecerle otro más, el de haber librado su iglesia y su convento del incendio y de la des– trucción, y que ahora pueden ofrendarle las fragrantes y purpúreas rosas de seis de sus her– manos, víctimas del odio antirreligioso y mar– xista, sacrificados en holocausto de fe y de amor por El. - 92 ~
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