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de la tea incendiaria por ellos manejada. Si la de Jesús no corrió aquella suerte, cuando su incendio estaba señalado para las primeras ho– ras de la tarde, fue sencillamente ·porque su mano providente dispuso otra cosa, valiéndo.se de medios humanos, por cierto insospechados. Mayor peligro corrió quizás el 13 de marzo de 1936, segundo viernes de mes. Las turbas aprovechaban cualquier coyuntura para saciar sus deseos y su odio antirreligioso y reconcen– trado. En esa ocasión fue el entierro de un obrero. De vuelta del cementerio, los asistentes se dividieron en dos grupos: uno que se dirigió a quemar los talleres del periódico La Nación, y otro que se encaminó a la iglesia de Jesús con idénticos fines. Después de disolver las colas de personas que esperaban para adorar la imagen, quisieron penetrar en el templo para llevar a cabo sus intentos incendiarios. No lo consiguie– ron, gracias a la actitud valiente de sólo siete jóvenes que se colocaron en las puertas del templo, pistola en mano y en actitud de dispa– rar. De rechazo, y obedeciendo sin duda a una consigna, aquella misma tarde prendieron fuego a la iglesia de San Luis, en la calle de la Monte– ra, y a la de San Ignacio, en la calle del Prín– cipe. En vista del cariz que tomaban las cosas y conscientes los religiosos del peligro que podía correr la imagen de Jesús, procuraron tomar todas las medidas pertinentes para ocultarla en - 88 -
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