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y expresivo de manifestar nuestro amor y de presentar nuestra oración. Ya eso era tradicio– nal y antiguio entre muchos de sus devotos y se ha incrementado notablemente sin alicientes externos de ninguna clase ni palabras o consejos que a ello inciten o estimulen; ha sido y es un movimiento espontáneo de fervor popular. Así en 1895, año en que a los Capuchinos les fueron entregadas la imagen y la capilla de Jesús, se permitía ya esa adoración en todos los viernes del año, pero sólo por la mañana y a hora deter– minada, a las doce y media; el número de per– sonas que lo hacían, era muy reducido. Cuatro años después, en 1899, al tener lugar la novena en septiembre, se dice, como algo especial, que, al terminar la función de la tarde, los fieles podían adorar la imagen de Jesús, según se acostumbraba hacer los viernes del año. Poste– riormente, por ser en los viernes de Cuaresma más concurridos los cultos y numerosa la asis– tencia, también se permitió la adoración de la imagen por la mañana, a las doce y media, como de costumbre, y asimismo por las tardes, a las siete y media. Y así, poco a poco, a medida que entre los fieles se iba incrementando la devo– ción a Jesús Nazareno, se hizo necesario ir au– mentando esas horas de adoración. Y llegamos a los años que precedieron nuestra guerra, en que la adoración comenzaba ya más que media– da la mañana y se prolongaba hasta muy entrada la noche. Ahora se hace forzoso que la adora- - 82-
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