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mezclan confusamente aún en las cosas divinas. No tiene, por otra parte, nada de extraño, cuan– do se considera que esa es la historia de las devociones que más se han difundido y hecho más populares entre los fieles. Al propio tiempo, forzoso es atestiguar que, bien examinado el caso, entre esos favores, de– rramados a millares bondadosamente por Jesús Nazareno, no encontramos ni prodigios estu– pendos ni milagros de primer orden: son más bien gracias a primera vista ordinarias, que sólo sabe estimar y apreciar el que las pide y las recibe: una colocación imprevista, un so– corro inesperado, un peligro superado o una enfermedad vencida. Y sobre todo Jesús Naza– reno, el rescatado, sigue en su empeño de res– catar a los hombres, más bien que de sus males físicos;·,de su cautiverio espiritual, atrayendo y conquistando las almas. Por eso hacemos en un todo nuestras las siguientes palabras escri– tas ya en 1705: «Resplandece con especialidad en trocar corazones obstinados y convertir con su vista a los pecadores más endurecidos en sus vicios.» Esa es, efectivamente, la experiencia de siglos pasados, la misma que hoy se tiene. Esta devoción ofrece, no obstante, singulari- . dades muy dignas de nota y ha tenido manifes– taciones que llaman poderosamente nuestra atención. En primer lugar está la de besar los pies de la sagrada imagen. Es, .al fin, un modo sencillo - 81- 6
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