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den o siquiera a la casa y piso señalado para morada de los religiosos enfermos y ancianos, pues también éstos debían salir del convento. A todo eso contestaba el 14 de abril Juan Llo– rente, diciendo que,. puesto que la imagen. de Jesús Nazareno era tan venerada y popular y de tanta devoción entre el pueblo madrileño, no debía en manera alguna ser retirada de su altar, sino seguir allí como hasta entonces. Y allí, en su capilla, estuvo efectivamente todo el tiempo que duró la guerra de la Independencia y aun después, hasta que los conventos fueron devueltos a los respectivos dueños, no antes de 1813. Si desgraciados fueron aquellos años para las Ordenes Religiosas, más lamentable y fatal aun fue ciertamente la exclaustración de 1835. En los últimos meses del citado año o en los pri– meros del siguiente, 'nuevamente los religiosos, ahora no tan sólo los de Madrid, sino igual– mente los del resto de España, se vieron obli– gados a dejar sus conventos, sus iglesias, cuan– to tenían, no por unos años, sino, para la ma– yor parte de ellos, por siempre. Los Trinitarios Descalzos abandonaron tam– bién su convento, y bajo inventario firmado el 20 de enero de 1836, entregaron «los muebles e inmuebles del convento de Jesús Nazareno de esta villa y corte de Madrid», y emprendieron el camino de su calvario y para muchos el de su destierro. - 69 -
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