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se añadió el que muchos templos fueron presa de la tea incendiaria del enemigo invasor, o por él derribados con barbarie inaudita, mientras otros sufrieron irreparables daños en su exte– rior y más aún en su interior: en sus retablos, altares, etc. Por otra parte, los religiosos, que, a decir verdad, no fueron los que menos trabajaron e influyeron en aquel glorioso levantamiento del pueblo español contra el invasor francés, sufrie– ron posteriormente y de rechazo una verdade– ra y cruel persecución en sus conventos y en sus personas. Fueron arrojados violentamente de sus casas y obligados a entregar cuanto te– nían y cuanto habían reunido por espacio de varios siglos: ricas bibliotecas, valiosos docu– mentos, cuadros de inapreciable valor. Y luego ellos, vestidos de clérigo secular, tener que bus– car alojamiento en casas extrañas. Esa fue la triste suerte que cupo a cuantos religiosos españoles vivían en territorio sujeto a José Bonaparte, y ésa corrieron también los Trinitarios Descalzos de la plaza de Jesús. Tam– bién ellos se vieron forzados a salir de su casa, según un comunicado del 16 de marzo de 1809, en el que al mismo tiempo se les intimaba de– jar convento e iglesia con todo cuanto había pertenecido a la comunidad hasta esa fecha. En vano el P. Ministro reclamaba el 7 de abril que al menos se les permitiese llevar la imagen de Jesús Nazareno a otro convento de su Or- - 68 -

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