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gen de Jesús Nazareno, así por las muchas gra– cias concedidas como por el recuerdo de los ultrajes y afrentas de que le hicieron objeto los moros en Mequinez. De tal manera que, ya a comienzos del siglo XVIII, su devoción se había extendido y divulgado notablemente por Espa– ña, Austria, Polonia, Hungría e Italia e incluso propagado a América, donde se había dado a conocer por medio de retratos, imágenes, estam– pas y medallas. Y, como era natural, fueron los Padres Trinitarios los que más contribuyeron a esa propaganda y difusión, comenzando por sus propios conventos. Así, ya en los primeros años del siglo XVIII, apenas se encontraba con– vento de la Orden Trinitaria donde no hubiese una copia más o menos exacta o una repro– ducción más o menos devota de dicha imagen, siendo particularmente conocidas las de Alcalá de Henares, Valdepeñas, Toledo, Alcázar de San Juan, Salamanca, Sevilla, Barcelona, Viena, Ro– ma y otras. No puede negarse en manera alguna que el pueblo madrileño sintió singular predilección por esta devoción hacia Jesús Nazareno, llama– do entonces del Rescate. Hasta el punto de que, aun en 1809, podía afirmar el tristemente céle– bre Juan Llorente que «la devoción de los ve– cinos de Madrid a la imagen era tan general que por ella fue sacada en procesión muchos años», añadiendo que «la especialísima que pro– fesan todos los habitantes de los barrios bajos - 58 -
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