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finalizó en el convento de Trinitarios, donde fue recibida con prevención de luminarias, repique de campanas, clarines y tambores y encendidas todas las luces del altar». Se previno para estas fiestas uno suntuosísi– mo «cuyo remate llegaba al arco toral, vestido de ricas sedas y adornado con variedad de ra– mos y muchos jarros y fuentes de plata. En lo más superior del altar se colocó la imagen de Jesús Nazareno; a sus dos lados, nuestros dos Santos Patriarcas, y las demás imágenes se pu– sieron repartidas con orden y proporción en el altar». Luego se prosiguió el Triduo, que se ce– lebró con Misa, sermón y música y con expo– sición del Santísimo durante todo el día. Terminadas felizmente aquellas primeras fies– tas de desagravio, fue ofrecida la imagen de San Miguel a Carlos II, quien la colocó en la capilla de su palacio. Las demás se repartieron entre la reina madre, la esposa del monarca y otras varias personas de la Grandeza. Los Padres Tri– nitarios se reservaron al menos la de Santa Lu– cía, que fue luego enviada al convento de To– rrejón de Velasco, y sobre todo la de Jesús Nazareno, que fue colocada en su bien propor– cionada iglesia de Madrid. De momento, sin embargo, se le puso en un altar particular y allí se conservó algún tiempo, según afirma un testigo presencial, «con grandísima devoción de la corte, que cada día se va aumentando por -49- 4
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