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Una prueba más de lo mal que allí marchaban las cosas, la tenemos en el hecho de que, a pesar de la buena voluntad del rey y de haberlo man– dado repetidas veces, los mencionados cuatro mil ducados no llegaron a cobrarse jamás. Los religiosos hicieron varios viajes a España con esa finalidad, pero poco o nada consiguieron. Para llenar sus necesidades tuvieron que habér– selas por su cuenta, y para reconstruir la igle– sia, reponer imágenes, ornamentos y demás utensilios sagrados, les fue forzoso acudir a los Superiores, que, con celo espléndido y generoso, no regatearon gastos en ese particular. Así lo hizo, por ejemplo, el P. Provincial, Alejandro de Granada, de quien sabemos que, en los prime– ros meses del año 1665, envió a Melilla, otra plaza encomendada también a los Capuchinos, nada menos que «mil quinientos ducados de ornamentos para la iglesia e imágenes de primo– rosa escultura». Pero ante ese hecho y, por otra parte, ante las necesidades que tanto en ornamentos como en imágenes experimentaba la iglesia de Má– mora, más apremiante aun que las de Melilla, no se puede dudar que otro tanto debió hacer con ella el mencionado P. Provincial. Es más: creemos que fue entonces o poco después cuan– do la imagen de Nuestro Padre Jesús, en su .majestuosa actitud del Ecce Horno, fue llevada a Mámora, según vamos a exponer seguida– mente. -· 22-
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