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gobernadores de Mámora, e igualmente los je– fes, les asistan en todo cuanto necesitaren y sobre todo que los emolumentos que lleguen destinados a ellos, se los entreguen con toda fidelidad. Por su parte, uno de los moradores de la plaza, testigo ocular de cuanto sucedía, podía asegurar que «si anduvieran buscando en todos los conventos de España, no podían ha· llar tres personas más convenientes para llevar estos trabajos con tanta paciencia, asistiendo a muchos sermones, en los confesonarios, a los oficios divinos, con la puntualidad que requiere su orden, y con todo ser muy poco estimados». Los Capuchinos residieron en Mámora en ca– lidad de capellanes. También estuvieron encar– gados de la administración del Hospital Real, allí existente, y por otra parte fueron verdaderos misioneros apostólicos, para lo cual la Sagrada Congregación de Propaganda Fide erigió en 1646 la Mámora como punto de misión entre infieles. Tanto que aún llegaron los religiosos a hacer sus excursiones a algunas plazas pró– ximas, como Salé, y la Sagrada Congregación podía consignar que precisamente dicha misión «había resultado de grandísimo fruto para los lugares circunvecinos de infieles». Tuvieron, finalmente, el cargo de Comisarios del Santo Oficio de la Inquisición. Sin embargo, su celo tropezó con una gran– dísima dificultad: la falta de iglesia. Existía ciertamente una antes de su llegada, pero al -20-

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