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to de su cargo pastoral, volvió sus ojos a los Capuchinos de la provincia de Andalucía. Y, sin duda alguna, después de haber obtenido su aprobación, escribía al rey que, por lo que ata– ñía a Mámora, quien podía atender «debida– mente al consuelo espiritual de los moradores de aquella plaza, con doctrina suficiente, ejem– plo y tolerancia» serían los Padres Capuchinos, los que «son tan caritativos y tan celosos del servicio de V. M., que lo ejecutarán con toda puntualidad y obediencia, y aquella plaza con esto gozará del consuelo espiritual que le pres– tarán ministros tan idóneos y aceptos a Dios nuestro Señor». El Consejo de Guerra aprobó prontamente aquella determinación, y así los Capuchinos partían para Mámora a mediados de septiembre de 1645. Desde esa fecha asistieron con tal celo a los moradores de la plaza, que el Obispo de Cádiz, en repetidas cartas, escritas unas a Fe– lipe IV y otras al Consejo de Guerra, se hace lenguas en su alabanza, diciendo al rey, entre otras cosas, que desde que llegaron «es muy singular el consuelo con que viven los morado– res de ella, porque con el buen ejemplo que les prestan con su vida y religiosos procedimientos y con su continua doctrina y enseñanza, está aquella gente de manera concertada, y frecuen– tan muchos los Sacramentos, la asistencia a los oficios divinos y obras de piedad». En atención a esos buenos servicios pide solamente que los -19-
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