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ciscanos de la provincia de Andalucía, quienes allí cumplieron loablemente su cometido hasta mediados de septiembre de 1645. Mas la lec– tura de relaciones, memoriales y cartas de ese año y de los anteriores nos viene a demostrar que eran muchas las necesidades que en las iglesias de las dos mencionadas plazas se ex– perimentaban, siendo extensiva esa penuria a ornamentos y cosas del culto divino. Pero, ade– más, nos deja la dolorosa impresión de que los religiosos que allí desempeñaban su ministerio sacerdotal, difícil y abnegado, ni eran respeta– dos por los gobernadores ni tampoco asistidos en sus necesidades propias, llegando a veces a sufrir verdadera penuria. De tal manera que en el citado año 1645, el entonces Obispo de Cá– diz, Fr. Francisco Guerra, por cierto francisca– no, podía exponer al rey que los religiosos de allí se hallaban todos «desconsolados por la descomodidad del sustento y menos buen pa– saje que les hacen los gobernadores», y añadía que los Superiores de uno y otro sitio se habían visto obligados a venirse a España por los ma– los tratos de los respectivos gobernadores, y que los restantes religiosos se habían quedado «con grande desconsuelo por las muchas calamida– des que padecen». Aún más: le exponía también que le habían pedido fuesen otros a sustituirlos, pero que no se encontraban. En vista de ello, el Obispo de Cádiz, preocu– pado y al propio tiempo celoso del cumplimien- - 18 -
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