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la desembocadura del Sebú un barco equipado, con objeto de que, en un momento de apuro, pudiera darse a la vela y dirigirse a Cádiz o a otro puerto en demanda de auxilio. No puede negarse, en cambio, que España no sacó el debido partido de la situación venta– josa en que le colocaba la posesión de Mámora. Por eso tampoco se sirvió de aquella plaza como de base para emprender nuevas operacio– nes militares en contra de los moros ni por otra parte quiso tener allí numerosa guarnición. Efectivamente, ésta no pasó nunca de 500 hom– bres y más bien oscilaba entre 250 y 300; y lo peor de todo es que no estaba formada por soldados valerosos, prontos a defender su pues– to aun a costa de la vida; muy al contrario, a Mámora era destinada en su mayoría gente castigada, desterrada allí por sus latrocinios y otros delitos que hubieran pagado de otro modo en alguna cárcel de la Península. Además, el abastecimiento de aquella plaza no se hacía con regularidad, lo que producía en sus habitantes y defensores no poco descon– tento. Debido a un sinnúmero de causas, y no obstante las órdenes terminantes de las auto• ridades superiores para su completa provisión, lo cierto es que, a juzgar por los partes de guerra, los comestibles no llegaban a su des– tino o llegaban en mínima cantidad; lo propio sucedía con las municiones y bastimentas; de tal manera que muchos soldados andaban rotos -13-
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