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A los cuatro días me dio de alta y los más los pasé en la casa de los Padres Benedictinos cuyo superior, Don Odilón, nos trató siempre como si fuésemos de la comWlidad. A los ocho días salí, pero necesitaba un indio que me acompañara .y la providencia Divina me deparó al Sr; Molrich, norteamericano, que había estado en la Gran Sabana recogiendó objetos para los museos americanos. Estando en Tucupita y saliendo de ver a un enfermo, me dijeron que habfados cayeneros (criminales franceses huidos de Cayena), muriéndose. Invité al Dr. Rebollo para ir a verlos, y, después de examinarlos, me dijo que uno de ellos podía salvar– se, pero que el otro se moriría, si no se le ponía un balón de oxígeno. -¿Cuánto cuesta eso?, pregunté. -24 bolívares, me contestó. -Ponga usted algo y el resto lo pongo yo -le dije- a ver si lo salvamos. Tenemos dinero de la Cofradía del Santísimo para. obrtJS de este género y yo soy el tesorero y usted el direc– tor. Así lo hicimos; y los mandé pára la casa de las Bolo, unas negras· colombianas para. las que había comprado una casita que no pagaron jamás, y allí, con otra visita, se pusieron buenos. En vano decían ser norteamericanos, pues, llegando sin docu– mentos, todos los teníamos como cayeneros. Todavía les evité un carcefazo, pues en Caracas se les atribuyó el. incendio de la casa Santana hacia el año. 28 y el General Vivas tenía orden de meter presos a todos los fugados de Cayena y :remitirlos a Caracas; éstos, se extraviaron en la Guayana Inglesa, y, al llegar·indocumentados,. los tenían por prófugos de Cayena. Yo les conseguí comida para el camino y por Cocuina se fueron a Trinidad. Uno de ellos era el Sr. Molrich quien, llorando, no cesaba de abrazarme en casa de los P.P. Benedictinos. Salí con mi indio.· En San Marcos tomamos el caballo· y llegamos a Santa Elena pocos días antes de San Francisco. Al llegar, recibí una impresión terrible: el hermano Fr. Gabino, de unos 34 años, se me presentó hecho un verdadero esqueleto, encorvadQ y apoyado en un grueso bastón;, y el P. Maximino algo mejor, pero con los ojos hundidos y extenuado por la fiebre intermitente, que no se le iba. Con estas impresiones celebramos la fiesta de San Fmn– cisco y algo enfriado el entusiasmo de Peña por la Misión, pues, a pesar de la enfermedad del Hermano Fr. Gabino, inter– vino en los efectos comprados y no estaba enteramente con 79

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