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llenan. Entretanto, pasan de vez en CWllldO -bastante frecuente– mente, diría yo- la totuma de kacbirí por todos los comensales. Ninguna mujer se acerca a la mesa o se sienta sobre los talones alrededor de las cacerolas y el cazabe, mientras no se retire el último muchacho glotón, pues los hay entre ellos como en todas partes. Las mujeres comen lo que queda de la comida de los hombres, que no es lo más abundante ni lo mejor; pero aun cuando no les quede más que caldo donde mojar el car.abe y algunos huesos y espinas, jamás muestran disgusto ni mal, humor. Parece que no tienen interés en que les haya quedado más o menos; tal es la alegría qu.e muestran saboreando los pequeños pedacitos pegados a los huesos, que entre risas y buen humor saborean. El P. Cesáreo de Armellada en 1936, tomando contacto con un indígena pemón y su pequeña hija, en los primeros tiempos de la misión del Caroní. Los misioneros recorrían a pie, en canoa y en mula la Gran Sabana. 58

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