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PISANDO LA SABANA Trajeron, por fin, el agua y, después de comer, seguimos el camino hasta llegar· a la quebrada que ofrecía cantidad de agua fía y tan cristalina como jamás la habíamos bebido en los 17 años que teníamos andando por estas tierras de América. Entonces sí recordamos con cariño el agua y el frío de nuestra querida tierra natal. Pasamos la noche en aquel paraje y fue preciso que nos abrigáramos con las cobijas, pues sentimos frío auténtico. Pasamos una noche deliciosa y, al día siguiente,·antes de mediodía, llegamos a Ají, donde el indio Celestino no se había dejado catequizar por los. adventistas y nos. era favorable, en tanto que el Capitán Enerita estaba dominado por los ingleses. Celestino nos recibió muy bien y puso a nuestra .disposición cuanto tenía, que era bien poco. Acomodamos un, rancho desvencijado para capilla y otro que estaba algo mejor para habitación de Monseñor y de los Misioneros. Pusimos sobre el techo, en ese momento desnudo, los encerados. Ni el viento ni lo. desapacible y antipático del lugar nos simpatizaban lo más mínimo, dado lo pobre y raquítico de la vegetación. Monseñor nos envió al P. Ceferino y a mí a hablar con Enerita. Nos recibió muy bien y nos dijo que podíamos ir a L~epa y hospe– damos en la casa de los indios que ellos habían hecho para los adventistas. Se portaron muy bien con nosotros; Enerita sabía de un camino para ir al Cuyunf sin tener que pasar por La Escalera tan temible; y convinimos la salida con Monseñor paira el día >siguiente. Monseñor vio que tanta gente consumiría pronto los recui::sos y no. nos. quedaría lo suficiente para dos meses. Al día siguiente casi &e repitió la escena de Urimán. Como el. p. Ceferino comía muy despacio y los criolloS que nos acompañaban apenas le dejaron comer dos o tres cucharadas de cazabe con la lec.he de las vacas de Luepa, yo. me aproveché algo más. 53
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