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excepto la Jefatura Civil, la empresa Sucre y Rosales y otras dos o tres casitas. Tenía una. capillita amplia y en condiciones aceptables, pero apenas había dos o tres familias serias. Durante el balatá y· 1as minas del Alto Cuyuní y carabobo había mucho movimiento comercial, pero todo era transitorio, de manera que al terminar el balatá, desapareció más de la mitad de la pobla– ción y entonces tenía una .vida precaria, pues dependía de carabobo y otras minas que estaban en crisis. Después de pasar dos días, salimos en una lancha, motor Johnsons, llegando en menos de dos horas a Kinoto-Waka (S$lto del Conot<>. El conoto es un pájaro). Allí se nos paró el motor de tal manera que fue imposible volver a ponerlo en marcha. Nos quedamos detenidos día y medio basta que llegó gente de El Dorado, para seguir a.remo. Monseñor no.era partidario de que dijésemos misa en el camino; pero, sin decide.nada, prepa– ramos el altar en la noche, como en el viaje a Camarata, y cuando se levantó él, ya el P. Ceferino había terminado de decir la misa. Quisimos deshacer el altar pero no nos fue posible. Al verfo. tan bonito, se entusiasmó 3/ dijo él mismo la misa. Desde entonces, pudimos .celebrar todos.los días sin que él se molesta- ra. A los seis días llegamos a la confluencia del Buey con el Cuyuní y, como la comisión de fronteras había hecho una pica hasta. el pie de los cerros, Monseñor resolvió ir pot ella con el P. Ceferino y dos peones, quedando el Hermano Fr. Gabino y un servidor para ir con la carga por el río. El camino por el bosque era más largo de la cuenta y muy mal hecha la pica. Monseñor llegó a desmayarse, por lo que volvió uno de los peones por recursos. Nosotros, con los bogas, seguimos el río, que estaba muy seco, habiendo que cortar muchos palos gruesos para que pudiera pasar la canoa. El sol del trópico que concen– traba sus ardorosos rayos sobre nosotros, el trabajo constante y lo monótono del camino ponían a prueba la paciencia de. los trabajadores y. la nuestra, que procurábamos ayudarles. Después de tres días llegamos a la parte baja y se lleva– ron los corotos al pie del cerro y allí preparamos las cargas; y el 10 de marzo salimos poco antes de mediodía. El P. Ceferino puso, además de su equipaje, una pesada lona, le tomé el peso a ésta y le dije a él: -No ponga la lona. Acuérdese de m( en la Sierra de Lema. Monseñor me dijo: -Es que usted ya es viejo 46
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