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para ver .si con los pocos recursos que consiguió, podía descu– brir algo por su cuenta. En los ranchos encontramos una máqui– na de escribir que no nos pareció en buen estado y algunas novelas apocalípticas. En la tarde salimos para dormir en el Pozón, sitio donde partía una pica para Ura-Tabacal, donde el indio Dámaso tenía sus ranchos. Salimos con nuestros chinchorros para dormir en casa de Dámaso, pero apenas subimos la cuesta noo encontra– mos con indios e indias cargadas, que bajaban a dormir cabe el río. Con ellos, bajaba Cardona, quien se había separado definiti– .vamente de Mundó y quería hacer exploraciones por su propia cuenta. La ¡ente de Lobo· traía cantidad de caz.abe y Dámaso nos traía Btlndas camazas llenas de cachirí y paiwa. Preparamos abundancia de arroz con pescado lo cual, acompañado de la bebida .de .Dámaso, resultó un espléndido banquete. Le indica– mos a Dámaso el fin de nuestra excursión y, muy satisfecho éste, nos prometió acompañamos cuando volviéramos a fundar la Misión. Al día siguiente, ante todos, indios y criollos, celebramos la Santa Misa. Todos los días preparábamos en la noche el altar y• al levantarse, mi compañero me ayudaba; con frecuencia celebraba también él y entonces le ayudaba yo. Quise que aquel día nada se hiciera hasta que se terminara. En toda la excursión no dejamos un solo día de celebrarla. En la tarde, cuando preparábamos el sitio donde nos alojaríamos, preparamos igualmente el altar. Los indios, una vez asegurada la canoa, tomaban sus machetes y limpiaban bajo los árboles. Sostenían un palo largo o una cuerda fuertemente tensa para, sobre · ella, colgar la cobija o el encerado y, aseguradas las puntas, unas en el suelo y otras en los extremos del palo o cuerda, servían de techo protector contra la lluvia y contra el rocío de la noche. Los Misioneros procurábamos reunir cantidad de leña seca para tener fuego toda la noche, que el P. Ceferino se encargaba de avivar casi siempre, y uno de nosotros cortaba palos y horque– tas cortas, para hacer el altar. Apoyados en el tronco de un grueso árbol, cuando lo había poníamos cuatro horquetas de poco más del metro de altas. Hincadas fuertemente en la tierra, poníamos palos a través, sujetándolos con bejucos y, sobre ~nos, la caja en que llevábamos las cosas de la misa y sobre ella el ara y allí, teniendo el cielo azul por bóveda, los árboles 34

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