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eran de la misma palma bellam~nte tejidas. Te¡µa algo menos de un metro de alto y como medio metró o algo menos, de una pata a la otra base. Tres mapires hermosamente tejidos de palma y Uenos de yuruma estaban en el suelo entre las patas, y otros tres sobre la primera repisa, y uno en la de arriba, for– mando un bellísimo conjunto. Lo conté admirado, lo negaron los indios, apoyados en· esto por el P. Santos, quien trataba de quitarle importancia. El criollo que encontramos en la ranchería nos dijó que, efectivamente, eran dones ofrecidos ajebo (el espíritu que flecha a los indios y· los enferma), para tenerlo contento. La ranchería era como todas las de los indios guaraú– nos: unos seis u ocho ranchos compuestos de horcones, donde· los indios colgaban los chinchorros, sin pared alguna, cubiertos de temiche y con un fuego en cada rancho. Después de conversar con los poc9s indios que bahía y, no habiendo llevado cosa alguna, volvimos río arriba. También teníamos.la marea contraria, por lo cual tuvimos que coger•los Misioneros los canaletes y ayudar a los indios, y eso que ellos sí habían comido su yuruma, cosa que a nosotros nos resultaba muy ácida y era poca para todos. Nos obscureció antes de llegar al origen del Araguaimujo, por lo que llegamos a la Misión a las 8 de la noche. En el regreso a Tucupita aprovechamos muy bien las mareas, así que empleamos la mitad de tiempo que a la ida. La casa de Misión de Araguaimujo se componía de dos piezas para los religiosos, otra para los huéspedes y una capilli– ta. Había un rancho pa.ra los indios y otras dependencias· que servían de cocina, depósito y otros menesteres. El P. Santos atendía al trabajo y al estudio de los indios grandes y Fr. Rogelio de los chiquitos. Los viajes por los caños, sobre todo en invierno, eran cosa terrible, por los zancudos, las golofas y el calor. Como el etinoco se extiende por los rebalses, hay que navegar por ellos bajo los ardorosos rayos del sol tropical; en el Orinoco la frescura del agua apaga la sed y puede uno mojarse la cara; en los rebalses. el agua ·quema, y sufren bogas y pasaje/os lo indecible. Cierta vez, fui a celebrar la fiesta de San Serafín a Tabasca, teniendo que atravesar los. rebalses habiendo ya oscurecido. Era un 10 de octubre y el agua cubría las extensas llanuras que durante el verano producían abundante 24

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