BCCCAP00000000000000000000905

perderían. Pasé. días muy amargos por razones. econ6micas, pero, al fin, las tres firmas más poderosas de Tucupita me ofrecieron cuanto necesitara, sin interés, en el momento mismo que dos personajes hacían propaganda contra la obra. La casa la terminamos en 1928, año y dos meses después de haberla comenzado. El éxito fue tan rotundo que el pueblo se anim6 para comenzar la Iglesia. Pusimos la primera piedra en el terreno alto junto a la plai.a, pero creyendo que resultaría muy cara y no muy sólida, resolvióMons. DiegoA. Nistal que se hiciera en el mismo lugar en que estaba la antigua. El Gene– ral Vivas, Gobernador del ·Territorio, ayudó con la mayor eficacia, ya con donativos cuantiosos, ya con su influencia. Trajimos un maestro de obras de Ciudad Bolívar quien, después de poner los cimientos a la mitad de la obra (presbiterio y tres arcadas) y elevarla a un metro del suelo, se fue. Llamé a un carpintero amigo y .al albañil de la casa, y pudimos conti– nuar con la construcción con absoluta garantía y mucha más economía. En poco más de un año terminamos el presbiterio. y fas dos arcadas, incluso el techo. Cuando en mayo me trasla– daron a Guasipati, por mi estado de salud, ya íbamos a trasladar el culto. En ese mismo año terminé la casa que había comenzado a construir el P. Samuel. También en ese año se puso cinc a todp el frente de ambas casas y se renov6 todo el techo de remiche. Se terminaron las restantes piezas, seis según creo, y se levantó eÍ patio. Además, un vecino regaló un magnífico Cristo que vino de España y otro regaló un magnífico Santo Entierro de más de dos metros de. largo por 80 centímetros de ancho; una de las mejores obras hechas por la Casa de EsteUer y Aragonés, de · Caracas, de madera de cedro y cuyos cinco grandes cristales mueven a la admiración y mucho más a la devoción de la gente. · La primera proce~i6n en que llevamos esta imagen fue en 1930, con asistencia de una multitud imponente. También trajimos dos magníficas campanas de España, una de 180 kilos y otra de 110. Aquí ocurrió un hecho que todos tuvieron por milagroso. Un señor ofreció obsequiar el costo de una campana, si poníamos en ella sus iniciales. Con– tando con su ¡enerosídad, pedí las dos y, por obsequio, hice grabar el nombre del donante en la más grande. Cuando le avisé 20

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz