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demás víveres que llevábamos. El último día llegó el indio Juan Mund6 y dos Moñongo– nes del Parawa, que hablaban bien el castellano. Los primeros venían en negocio de rallos que vendían a los indios pem6n y taparas con veneno para lasJlechas. Estas las vendían con gran sigilo, pues los indios con gran dificultad .las muestran a los civilizados. Los rallos -como se anotó anteriormente- son unas tablas hechas con machete en las que incrustan pedacitos de pedernal puntiagudo y que emplean las indias en ral~ar la yuca. Después de incrustarlas con paciencia y arte, les ponen una resina que llaman peramán para que queden más sujetas. Estas tablas son de distintos tamaños pero oscilan entre 50 ó 75 centí– metros por 30 6 40 de ancho, muy parecidos a los trillos que emplean en Europa para la paja moHda. Hablamos. con los moñongones que hablaban castellano bastante bien y con Mundó, .un indio que había sacado Juan Mund6 de Tiricá en 1928 y quien venía acompañado de dos indias jóvenes desde el Parawa. Ellas trabajaban, transportaban personalmente sus cargas y, como civilii.ados, las tenía por mujeres. Pero comprendí que era un .elemento vago y de no bue– nas costumbres, apenas le · di importancia al asunto, pues los indios de la Misión eran muy superiores a él en todo y tenían 'costumbres', incluso Perera. Salimos el jueves 19 y el viernes dormimos junto a una quebrada que viene de Apauray, pero que desemboca en el Caruay, río de aguas negras, el único de la Gran· Sabana a cuyas márgenes está Wonkén. Seguimos el viernes llegando al paso del Apanwao, camino de Apoipué, al ponerse el sol. Esperábamos encontrar canoa, pues los indios de Won– kén nos habían asegurado que la había. En vano recorrimos los lugares donde los indios la acostumbraban a ocultar. Casi oscu– recido fue Perera a las dos chozas de indios que encontró sin gente. Al volver, .había yo reunido unos palos secos ya para hacer fuego, ya para ver si podfamos construir rápidamente una balsa, pues él vio que a unos dos kilómetros de su desemboca– dura, el Caroní era ancho y hondo. Antes de oscurecer recé el oficio que- era de la .Divina Pastora, a la que me encomendé muy de corazón, pidiéndole encontráramos paso, pues el invier– no se nos echaba encima y podían atajamos los ríos, siendo 104

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