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SEMINARIOS DE MISIONEROS ministros regalistas sacar el mejor partido de la nueva situación para hacer triunfar su política conculcadora de los derechos de la Iglesia. A nosotros no nos interesa en este lugar 16 º. Nos basta haber recordado someramente estas noticias generales para en– marcar el desarrollo de la cuestión particular que estamos estu– diando. En este nuevo clima de relaciones entre Madrid y Roma era más fácil reanudar las negociaciones para ultimar la aprobación pontificia de las ordenaciones de los Seminarios. El 17 de agosto de 1769 el embajador Azpuru, solicitado por Roda, remitía a éste « por duplicado» el despacho del 14 de julio del año anterior con los informes del definitorio general y del cardenal protector, que ya conocemos 161 • Por su parte, a principios de 1770, el pro– vincial de Castilla, P. Manuel de La Calzada, recordaba a Car– los III que aún estaban pendientes de aprobación las ordenaciones de los Seminarios y le instaba para que aprobara con su Real autoridad los estatutos que el P. Colindres había dado a su pro– vincia religiosa. Este nuevo recurso es revelador de la continua y progresiva ingerencia del poder civil en cuestiones religiosas y también de la mentalidad reinante acerca del benéfico influjo que podía ejercer en la deseada reforma cristiana y religiosa. En este caso el recurso reviste mayor gravedad, si se quiere, que el ante– rior, pues prescindiendo de la autoridad pontificia, se pretendía tan solo el visto bueno del rey para considerar valederas para siempre, e irreformables, unas ordenaciones promulgadas por un superior religioso. El rey concedió de buen grado su consenti– miento y amenazó con tomar graves medidas contra quienes se atrevieran a contrariar su voluntad. Manifes:ó sus fundadas espe– ranzas de que el Papa aprobaría las ordenaciones de los tres Se– minarios; y en cuanto a las otras las ratific6, confiriéndoles valor perpetuo e irrevocable. El 2 de junio de 1770 Manuel de Roda €scribía desde Aranjuez al P. Manuel de La Calzada: « La particular estimación que hizo el Rey de las admirables prendas de virtud y literatura, que concurrían en el P. Fr. Pablo de Colindres, General de la Religión de Capuchinos, y la especial memoria que le merecen las doctas y sabias disposiciones que dió para la maior observancia de su santa Regla con general aplauso y edificación de toda la Religión y de los feles, señaladamente en agente y paciente; y si mucho nos apuran, declararemos de fe la Concepción; pilla– remos cap"los a dos manos; y, en fin, haremos y deshar"3mos en la Corte Celestial, como en casa propia. Viva, pues, y más viva» (Carlos E. CORONA BARATECH, ob. cit., 96). 1 6 0 Basta consultar las obras generales, v.g. L. YON PASTOR, lu_g. cit. 161 Arch.Emb., leg. 88!2, f.425. Véase más arriba.

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