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APROBACIÓN PONTIFICIA 63 maban parte en el debate: los representantes de la Embajada, los cuales no dejarían de recordar a todos las exigencias del rey y las promesas de la Orden; los autores de los memoriales de los tres Seminarios, cuyo texto andaría aquellos días entre las manos de los interesados; los provinciales y custodios de las tres provin– cias con sus respectivas interpretaciones; el definitorio general, a quien incumbía el deber de tomar responsablemente una decisión; y por último, el cardenal protector, intermediario entre la Santa Sede, la Embajada y la Orden. Naturalmente, la balanza se inclinaría del lado preferido por el definitorio, que podía emitir su opinión con relativa libertad e independencia, mientras que la actitud de los provinciales y custo– dios estaba condicionada, si no comprometida a priori, por las imposiciones políticas y de partido que se iban generalizando más y más entre los servidores de Su Majestad Católica. En su misiva fechada en Roma el 23 de octubre de 1766, el P. Gregorio de Zaragoza había escrito al P. Juan de Zamora estas frases reve– ladoras: « El Padre Santurce le havrá confirmado quanto le dige en mi an– tecedente en el asunto de la continuación de el establecimiento de ese convento, al menos hasta el Capítulo General. No obstante, me temo que los Provinciales y Custodios representarán en él algunas dificultades para la permanencia. Y si los nuevos Superiores Gene– rales no serán de los amantes de la observancia, o haian sido de los poco afectos a N. Sto. General difunto, no dudo que darán por el pie a muchas fábricas o baluartes que para defender la pura obser– vancia de la Regla alzó el Rmo. Colindres con su seráfico zelo » 152 • No sabemos a ciencia cierta a quienes incluía el comunicante entre « los poco afectos » al general difunto. Pero sí estamos seguros de que tanto el P. Amado de Lamballe como el P. Erardo de Radkersburg, recién elegidos respectivamente general y pro– curador, dieron pruebas inmediatas de ser de « los amantes de la observancia ». En efecto, el primero aprobaba el 13 de septiembre de aquel mismo año el convento de Retiro de Terranova (Reggio Calabria) 153 ; y el segundo ha sido justamente considerado como el continuador de la obra del P. Colindres, de quien desde el 1762 había sido colaborador 154 • Y fue precisamente el P. Erardo, ya al corriente de las anteriores transacciones, quien en su calidad 1 52 APCC, Manifiesto historial, f.66; Coll.F'ranc. 22(1952) 69s. 153 Cf. Estableci1niento de los conventos de Retiro, en Coll.F'ranc. 22(1952} 70ss. Allí pueden verse algunas consideraciones acerca de la actitud de los demás, definidores generales acerca de este movimiento. 1s4 Cf. ibid., 71-78.

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