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APROBACIÓN PONTIFICIA 45 acudieron a las armas legales, esforzándose por obtener la apro– bación pontificia que aquél había deseado y prometido. En el conflicto que ahora comienza, y que se prolongará por varios años, pueden distinguirse las tres etapas siguientes: los Semi– narios, apoyados por la corte de Madrid, solicitan el beneplácito del Papa; los superiores de la Orden presentan la instancia a la Santa Sede; Clemente XIV promulga el breve que los ratifica y sanciona definitivamente. 1. La voz de los Seminarios Tenía razón el cronista andaluz, cuando aludiendo a la re– lación existente entre los Seminarios fundados por el P. Colin– dres, escribía: « Todos están hermanados y forman causa entre sí para defenderse » 1 º 2 • Y, en efecto, todos levantaron su voz en ,defensa de sus comunes ideales; su inquietud era sobradamente justificada, pero fue deplorable que ante· el peligro que sobre ellos se cernía, acudieran a ciertos reparos y ardides poco ortodoxos, .aunque muy conformes al ambiente ideológico del momento histó– rico a que nos referimos. No consta que el fundador contara directa o indirectamente con el apoyo y protección de las autoridades civiles para llevar a cabo sus proyectos. Y dado su temperamento y la conciencia que tenía de sus deberes y derechos, podemos excluirla positivamente. La iniciativa era de su exclusiva esfera, o moviéndose en la órbita de la legislación propia de la Orden, no tenía porqué re– currir a extraños para dar orientaciones e imponer normas acerca ,de la más perfecta observancia. Tampoco nos consta que el P. Juan de Zamora, que ya antes de la muerte del P. Colindres luchaba contra viento y marea por la conservación y desarrollo del Se– minario toresano, se moviera en aquella dirección antes del mes de junio de 1766. Con la autoridad del P. General estaba sufi– cientemente respaldado; pero, a partir de aquella fecha, buscó otros abogados que patrocinaran su causa y le aseguraran su triunfo contra las hostilidades, entre otros, del provincial de Castilla. Y aquí entran en escena, como protagonistas de nuestra historia, los personajes que señoreaban entonces la política na– cional e imprimieron con su actitud un matiz regalista a la insti– tución de los Seminarios. Nadie puede dudar que Carlos III fue– ra un cristiano convencido y leal; pero le cupo la desgracia de tener consejeros y mentores como B. Tanucci y R. Wall, siendo 102 Citado por JUAN B. DE ARDALES, La Divina. Pastora, 401 nota.

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