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podemos comprender cómo se pudieron oír tales sermones, que, actualmente, sólo por juego se leen para darse cuenta hasta qué punto de extravagancia y demencia pudo Ilegar el abuso del humano ingenfo". En España, también podemos ofrecer abusos por esta época, hasta .provocar el Fray Ge– rundio de Campazas. Contra estos males se fueron imponiendo la doctrina y disdplina del Concilio de Trento, las disposiciones de la autoridad eclesiásti'ca, la conducta y santidad de varones ilustres, las nuevas Fundaciones y Reformas religiosas de antiguos institutos nacidas en el siglo XVI, y, de una ma– nera especialísima, la Reforma de la Orden de los Capu– chinos. La pobreza seráfrca, que, más que indumento exte¡:no, es una actitud del alma, echaba por tierra radicalmente la fa– tuidad de tal modo de hablar. Su adhesión inmediata a Cristo y a la vida, al pueblo por ,consiguiente, a lo externo y a lo real, iba a crear un tipo de predicación que habría de lla– marse popular, pero más bien era ardiente y vital. Entre los muchos representantes de esta nueva forma capuchfna de predicar, sobresale.n los coetáneos de San Lorenzo. Fray Alfonso Lobo de Medina, muerto en 1593, del cual se refiere aquel elogio de Gregario XIII: "Toledo enseña, Panigarola deleita, Lobo mueve". San Carlos Borromeo veía en él ei orador perfecto. l\simismo, Fr. Jerónimo de Narni ,(muerto en 1632). San Roberto Belarmino decía de él: "Si el Após– tol San Pablo resucitado predicase en la mfsma Cuaresma que el P. J•erónimo de Narni, Capuchino, yo iría a oírle en días alternos, un ,día al Apóstol y otro al Capuchino." SAN LORENZO, PREDICADOR Entre estos gigantes del púlpito .capuchino figura con las características de su personalidad San Lorenzo de Brindis. La hi:storia y la tradición nos los pre.senta no sólo como un apóstol santo, sino también como orador eximio y preclaro entre los de su tiempo. Había nacido orador, como lo testi- 68

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