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170 P. VIÑAYO -¡ Madre de mis amores, Madre querida, manantial de ternura, luz de mi vida! mi mente ya comprende tu inmensa pena; ya sé por qué te encuentras de dolor llena. Sí, dolores de muerte sin compasión traspasan, inhumanos, tu corazón; como mar sin orillas es tu quebranto, como fuente perenne tu acerbo llanto. Mas dime, Reina mía, ¿ quién fué el verdugo que tan horrenda muerte causar le plugo? ¿ Quién fué el hombre aleve, pérfido y fiero, que colgó a tu hijo hermoso de vil madero? ¿ Quién fué ese fiero monstruo de crueles mañas que clavó tales dardos en tus entrañas?... ¡ El pensarlo me infunde miedo y horror ! --Fué..., ¡ atiende, hijo mío! fué el pecador. -¿ Que fué el pecador me dices? i mudo quedo de temblor ! Rómpanse luego las telas de mi ingrato corazón; mi ojos háganse fuentes ¡ y muera yo de dolor ! ¿ Qué es esto, mi dulce Madre, qué es esto que habla tu voz? ¿ el que tu pecho tortura, ¡cielos!, soy yo?... ¡ Sí, yo soy!

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