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P. VIÑAYO ¿No la ves, mi gentil marinera, desterrada y hermosa alma mía? ¡ Oh, qué bella es la noche do alumbra ! y la mar ¡ qué serena y tranquila, si los senos profundos que encierra, con su lumbre de cielo, ilumina ! Y la barca j qué rauda navega... sin remar, sin sudor ni fatiga, derivando a merced de los soplos perfumados de plácida brisa !... j Oh, qué dulce placer es mirarla! ¡ qué consuelo, qué paz, qué delicia en mi frente sentir sus fulgores y bañarse en su luz mis pupilas ! ¡ Qué bien se navega ! ¡ qué dulce es la vida, mirando la Estrella, que al puerto nos guía ! Es su nombre sagrado venero de dulcísima y grata armonía, delicioso raudal de ternura, celestial y meliflua ambrosía, pebetero de suaves fragancias y hacecillo de flores divinas. Al oírlo se encienden las almas y de tiernos amores suspiran,

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