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ción humana buscando la humanización y divinización del hombre y de todos los hombres, lo cual exige en primer momento liberarnos del pecado y de todas sus consecuencias. Son significativas las implicaciones -eclesiales y personales- que se deducen de comprender de tal modo la inculturación. Señalemos algunas referentes a la persona del inculturado, del misionero: -ir asumiendo la cultura diferente del grupo indígena donde va, e irse distanciando de su propia cultura; -ese asumir la nueva cultura -y no purificar o destruir primeramente- conlleva no solo conocer el sistema de adaptación al medio, el sistema de asociación y el sistema de interpretación del grupo indígena, sino también solidarizarse con su situación (EN 21) -en las alegrías, las tristexas, las luchas, los problemas, la misma suerte y destino, etc.; -así la inculturación del misionero es un proceso continuo, pues procede de otra cultura diferente y es grande su historia vivida fuera del grupo indígena antes de su inculturación. ; -la tarea principal del misionero no es tanto la identificación con los indígenas -lo cual aun siendo prácticamente imposible no disminuye en nada la exigencia de la inculturación- cuanto sobre todo solidarizarse con ellos en la construcción conjunta del Reino de Dios que en sí mismo exige ser anunciado explícitamente en orden a que sea acogida la Buena Noticia de Jesucristo y nazca una iglesia con rostro indígena, mediante la fuerza del Espíritu. De lo contrario se estaría confundiendo "la 'solidaridad misionera', que incluso va hasta la muerte, con la 'identidad misionera'. Si el misionero pierde su identi– dad, se vuelve un caso siquiátrico". 3 º 30 P. SUESS, Cálice e cuia. Cronicas de Pastoral e Política Indigenista, Vozes, Petrópolis 1985, 59. 37
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