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mente el Reino de Dios; 2) el testimonio de vida de los cristianos; 3) la acción transformadora del mundo que vaya realizando el contenido de la palabra, el Reino de Dios (En 18). Modos todos ellos necesarios para que se pueda decir que se da una evangelización completa. El contenido de la evangelización que se hace presente a través de las diversas mediaciones es uno solo pero con dos dimensiones: 1) la Buena Nueva como realidad trascendente, es decir, el amor de Dios a los hombres manifestado en Cristo, y la esperanza de la plenitud final; y, 2) la Buena Nueva como realidad histórica, es decir, la realización de ese amor en épocas determinadas de la historia (EN 27). En A. L. el amor debe tomar privilegiadamente, aún sin ignorar otras formas necesarias de amor, la forma de la justicia, como vehículo indispensa– ble de la creación de la fraternidad entre los hombres y así de la filiación de hijos de Dios. La evangelización debe "unificar el momento de fe y el momento de praxis, sin dar autonomía a una de ellas sobre la otra. La fe es el sentido último cristiano de lo que se hace, y la acción es la praxis cristiana de ese sentido último. La realidad cristiana es el proceso histórico de creer en el Dios del reino, haciendo el reino de Dios". 23 El esquema evangelizador evangelización evangelizado, aunque cronológicamente es correcto, sin embargo es insuficiente. Por eso es más adecuado entender las relaciones entre esos ténninos de modo dialéctico. Solo se avanzará en la acción misionera si la entendemos como un proceso en que se da interrelación de los tres elementos, implicándose e impulsándose mutuamente. La opción por una evangelización preferencial por los pobres, haciéndose así realidad la verdad evangélica de que los pobres son sus destinatarios privilegiados, históricamente ha sido condición necesaria para percibir que los pobres son más que eso, son portadores y agentes privilegiados de evangelización. Esto "ha dado lugar a la convicción, 23 J. SOBRINO, Resurrección de la verdadera Iglesia. Los pobres, lugar teológico de la eclesiología, Sal Terrae, Santander 1981, 294. 34
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