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rada y liberadora necesita de mefU<f-ciones que la hagan posible y la historicen. · · · Estas mediaciones se convierten en mediaciones irrenunciables, comenzando por el reconocimiento y valorización de la cultura indí– gena, como cultura diferente y poseedora de un proyecto alternativo de sociedad que está siendo amenazado de muerte por la cultura occidental dominante. Frente a estos signos de muerte, frente a estos ídolos, el Dios bíblico se revela como Dios de vida. Por eso, el misionero tiene que ser para los pueblos indígenas un portador de esa vida, un signo de liberación. Al mismo tiempo ha de denunciar a esos ídolos que, enmas– carados y disfrazados de muchas maneras, no acarrean sino la muerte del indígena y de su cultura. La presencia testimonial, la presencia solidaria en medio de los indígenas asumiendo la causa de estos, constituye una de las media– ciones privilegiadas e irrenunciables. Se puede decir que es el inicio del proceso inculturador. Inculturación y evangelización que, lejos de sig– nificar cualquier tipo de imposición, se caracterizan por el reconoci– miento del otro, por el respeto a la alteridad, por el diálogo enriquece– dor y fecundo. Es el mismo Jesús de Nazaret -revelación de Dios– quien se torna en paradigma de toda presencia testimonial, de toda inculturación, y de toda actitud dialogante. Es ese Dios bíblico quien desde los inicios está presente en los pueblos y culturas amerindígenas, a través de su Palabra y de su Espí– ritu. Todo su proyecto salvífica se orienta hacia Jesucristo -revelación plena y definitiva- que es buena nueva para todos los pueblos y cultu– ras. Así igualmente, el evangelio de Jesucristo anunciado explícita– mente no puede ser sino una buena nueva para los indígenas, que, lejos de destruir su cultura, los encamina hacia su plenitud a partir de los valores del Reino que ya viven. Cuando ese anuncio del evangelio del Reino es acogido por los indígenas y la fe en Jesucristo es profesada, comienza a brotar la comu– nidad eclesial. Sin embargo, solo en la medida en que esta comunidad eclesial vaya inculturando el evangelio y su fe, irá encontrando su identidad propia, su propia fisonomía, su rostro amerindígena. Se trata 142

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