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CARTA CLXXIV, 11 AGOSTO 1920 95 pués de haber visto abrirse nuevos horizontes a mi vista intelectual en la fiesta de la Santísima Trinidad y entregado mi inteligencia al Verbo de Dios y mi corazón al Espíritu Santo y a Dios Padre mi conciencia, mi vida, todo, para que las tres divinas Personas me condujesen por aquellos mundos de luz que parecían perderse en la infinita perfección del mismo Dios, en sus íntimas y eternas operaciones, mostróseme la Santísima Trinidad dentrb de mí poseyéndome; y al mismo tiempo independiente o elevada sobre mí, pr\. parándose .para concederme comunicaciones más altas de su divina naturale– za. La noticia o visión completó el aniquilamiento propio que sentía hacía dos o tres días, acompañado de una pena intensa o especie de purgatorio amoroso por el sentimiento de mis pecados; no conocía ningún pecado en detalle, pero se me imponían todos en general, produciéndome contrición intensa. ,A partir de este momento mi alma empezó como a descender gra– dualmente hacia mi nada. criminal con un sentimiento vivo cada vez más acentuado de mi pequeñez y perversidad, y mi Dios a requerirme para que exteriorizase aquel acatamiento a su Majestad, aniquilamiento propio, con– trición, etc., que sentía a los pies de su ministro. Le indiqué al P. Alfonso la necesidad que sentía de humillarme y que me parecía era ésta la dispo– sición o una de las disposiciones requeridas para recibir los favores que Nuestro Señor me reservaba; pero el Padre no debió entenderme o penetrar este secreto, sin emb:;rgo de ser uno de los fenómenos más visibles que acompañan mi vida espiritual. Digo· que el Padre no me entendió, porque no me ayudó, al contrario, me cortó cuando empecé a exteriorizar mi ani– quilación, propio aborrecim1ento, etc. Nuestro Señor continuó requiriéndo– me lo mismo, y yo sufrí horrorosamente mientras duró esto, que creo fué como tres o cuatro meses, o quizá hasta el 18 de noviembre, aunque no tan intenso como los primeros meses. Sufrí, porque quería cumplir la voluntad de mi Dios y no podía sola; necesitaba que el Director conociese mi nece– sidad, aquell.a aniquilación propia de las almas del purgatorio o del cielo y me ayudase, y fo veía lejos de mis disposiciones, y me trataba a modo sobradamente humano, cuando reclamaba mi estado una dirección divina. En el Diario que escribía por entonces (8) anoté algunas de mis disposicio– nes y esperaba que mi Director respondería a mis exigencias, pero no lo hizo. Sólo una vez me pareció que me requería una revelación completa de mi interior, pero no pude contestar una palabra, y así salí del confesonario (8) Cfr. P. MELCHOR DE PonLADURA: Una flor siempreviva, págs. 102.103.
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