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'.PROLOG.O ,vivir, subyugaban soberanamente su inteligencia y ella los-adora_ba, -pro~ fundamente en su corazón; fuera de ellos el ali-na se asfixiaba, se moría. He aquí una expresión gráfica, que dice. en cifra y compendio cuál era su ideal: "Mi vivo anhelo de reproducir los infinitos e inefables núsfe~ rios que comprende la vida eterna de Dios Uizo y Trino, la historia de la Encarnación o el misterio de la Unión Hipostática, juntamente con el espíritu, enjesusamiento, etc., de la Santísima Virgen; entiendo que es mi vocación y como virtud, perfección y carácter peculiar de mi es– piritualidad" (25 julio 1920). Conocía qtte su fin inmediato era glori– ficar al Verbo Encaranado y pedía al Padre que lo "extendiera a ella", pues deseaba ardientemente ser como una "extensión" de la segunda Persona. Aunque menos insistentemente que del Verbo, Madre Angeles se ocupa repetidas veces y con entusiasmo de sus íntimas y subidas rela– ciones con el Espíritu Santo. Ni podía ser de otra manera, habiendo ella "sentado plaza entre los Serafines". Deseaba ardientemente apode– rarse de la tercera Persona, compartir su pureza_, justicia y santidad; participar de su fuego divino y arder con El y como El en perpetuas eternidades. A El atribuía los intensos y amorosos gemidos con que respondía ·a los soberanos y misericordiosos influjos de la divinidad. Era un tesoro divino, un talento regalado por el Padre y el Verbo para comprar y merecer la vida divina. Y lo contemplaba presente y exten– dido a la Iglesia católica, algo así como el Verbo está tmido a la natit– raleza humana, aunque de otra forma. Por último, si la Trinidad era como la piedra itnán que atraía y cau– tivaba el enamorado corazón de la M. Angeles, el contacto puede decir– se que lo establecía siempre María Santísima. Sin Ella no se resignaba a padecer ni tampoco a amar. Al igual que la Unión Hipostática, anhelaba con todas veras reproducir la divina maternidad de la Se– ñora; y en el afán de apoderarse de las tres augustas Personas, incluía necesariamente la posesión de la Virgen y el deseo de participar de su enjesusamiento, del "mutuo y admirable comercio establecido entre Esta (Maria) y el Hijo, pertenecer a Dios en alma y cuerpo y ser como Jesús y María divinizada" (25 julio 1920). Todas, absolutamente todas sus relaciones sobrenaturales se consumaban bajo la mirada y protección de la Madre y Reina divina.
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