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84 CORRE!3PONDENCIA DE LA M. ANGELES CON EL P. MARIANO mi manera, y si no me da la inteligencia y el sentimiento quien bien me co– noce, ·después de haber meditado su hermosa epístola, por espacio aunque sea de un año, estaré tan viva, tan humana y aseglarada, hinchada e infau– tada como el 18 de junio. Participo la liviandad del corcho; sólo permanez– co en el fondo del agua mientras pesa sobre mí la fuerza aplastante del cri– terio y odio o desagrado que percibo en mi Padre verdad en contra del ene– migo de la vida, verdad y caridad divinas, y que entiendo que V. R. persi– gue de muerte en su hija pecadora. + 4.-Todas las veces que adherida a mi Padre me he visto divinamente obligada a beber en su alma, compartir su espiritualidad informada en la vida de Dios, las noticias divinas que posee su inteligencia, los sentimiento~ y afectos de su corazón, etc., etc. (de todo lo cual tengo dichosa, santísima· mente dichosa experiencia por la vida divina que entrañan y me reportan), he procurado, imte todo, apoderarme de la humildad, sentir de mí lo que siente mi Padre, aborrecer mis pecados con su odio, conculcarme en el sentimien– to de desprecio que le inspira mi malicia, y mil otras cosas que sería pesado referir. Y esto desde un principio. Sin embargo, creo que todavía no he me– recido asimilarme la humildad, al menos en el grado que Nuestro Señor me ha concedido participar los conceptos relacionados con las operaciones y participaciones divinas de Dios y los afectos amorosos que le inspira su bon– dad, o sea las comunicaciones divinas absorbentes, que informan el alma en Dios y le reportan su vida y operaciones divinas, especialmente la tercera Relación y el amor que se le atribuye y es la vida del Espíritu Santo. Será que no merezco poseer el tesoro de la humildad, esa noción de la nada que dice V. R. imprime el Espíritu Santo en las almas santas. Los primeros días después de recibir la epístola, más, mucho más poseída estuve del sentimien– to de la bondad de Dios que de la propia nada, aunque tenía conciencia ha– bitual de mi indignidad y pecado. De cuando en cuando, la fuerza soberana de sus razones mortifi.cantes se imponía a mi alma y me aniquilaba; pero duraba un momento y en seguida iba a perderme en el Amor increado que hace justicia en Dios y a Dios amando la propia bondad, y lo hacía por medio de mi Padre. Me siento amada de Dios porque se ama infinitamente y no puede menos de amarme, por lo que participo de su bondad. Por esto y otras mil operaciones divinísimas que mi pobrecita alma participa y gusta con viveza, le confieso ingenuamente, Padre mío, que más y mejor he per– cibido la gracia que Dios ha encerrado en las palabras: Faciamus sororem Mariam Angelornm, etc., y otras equivalentes, que en las que se dirigen a
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