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76 CORRESPONDENCIA DE LA M. ANGELES CON EL P. MARIANO ro ser como mis divinos modelos inmaculada, purísima, justísima, santísi– ma, inocente, candorosa, humildísima, etc., etc., y vivir y morir en una total y perfecta dependencia del principio de fuerza enteramente resignada en la voluntad de mi Padre, de mi Madre, de mi todo, y, como ellos, agradecida. Del propio modo, firmemente, divinamente adh,erida y compenetrada, pedía a voces (internas, místicas) que hiciera de mí un segundo Verbo Encarnado, repitiendo la historia de la Generación eterna del Verbo y su Encarnación, según los divinísimos Modelos allí presentes, Dios Padre y la Santísima Vir– gen, y en unión de los mismos. Se me impuso mi Padre identificado con la divina y eterna Generación, o sea con aquella Unidad infinitamente íntima y divinamente ardiente que constituye el Principio eterno del Espíritu Santo, y al verle animado o in– formado en dicho inefable misterio, preparándose para producir en mi alma la santidad divina, la justicia amorosa, la caridad y demás perfecciones di– vinas que entraña la Procesión, o el Espíritu Santo, le pedía con ansias in– explicables que sople fuerte en unión del Padre y del Verbo, y adherido al inefable misterio de la Generación, exhale su ardiente aliento en mi alma y me deifique. En fin, tantas y tantas cosas y tan divinas todas, que no es posible manifestar. Los ¡Ayes! que contiene 'su carta del 28, a continuación del castigo que me espera, si huyo de la dirección (y que lo creo y entiendo así), cuando leí la carta, o todas las veces que leí, lo entendí como continuación del pá– r.rafo anterior, y que para evitar tamaña desgracia me requiere para que vaya a V. R. y me identifique cada vez más. No así en la ocasión que refiero. 9.-Hace un año, poco más o menos, tuve una v1s10n divinísima del Pa– dre Eterno, quien se impuso a mi alma bajo el doble aspecto de Padre y Madre apremiado a extender o exteriorizar la Generación y la Procesión, su Verbo y su Divino Espíritu, cuyas Personas segunda y tercera de la Tri– nidad unas veces se revelaban como dos hermanos gemelos en el seno de Dios, esperando el momento de su nacimiento, y otras como pechos divinos del Eterno Padre, colocado uno a la derecha y otro a la izquierda. Dios Pa– dre tenía una forma divina, fascinadora, y fija en mí su mirada de fuego, me llamaba a voces, previo un llamamiento en todas direcciones, como quien sufre intensos dolores por la apremiante necesidad que siente de exteriori– zar la doble vida o corriente que fluye y refluye en su seno y la imposibili– dad de cumplir o satisfacer su necesidad, porque no hay quien escuche sus

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