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CARTA CLXXII, 31 JULI0-3 AGOSTO 1920 71 dicha, primero con la preparación negativa o despojo de ti misma", ac:re– centóse ei ansia que hacía dos o tres días tenía de la carta que V. R. me indicó tenia comenzada, la de ayer, porque aprendí que en ella hallada la respuesta que esperaba mi vivo anhelo de despojarme de todo lo imperfecto~ aniquilarme, etc. Sus palabras: "Tu vida y tu muerte están puestas en mí, así como Jesús fué muerto por su Padre, 'etc-", se impusieron a mi alma Y con ansia inexplicable en Dios, mejor dicho, unida a mi Dios en el fondo de su alma, daba voces a V. R. que cuanto antes mate en mí todo lo que le desagrada y es hnperfecto, humano o natural, pues yo no puedo hacer nada más que resignarme enteramente en su voluntad, amar y padecer la influen– cia de la dirección, pues parn esto sólo tengo vida. Mi Dios querido, por modo sobrenatural, inefable, respondió a mis cla– mores y complió, en parte, mis anhelos, inspirando en mi alma el arrepen– timiento de todo aquello que hubo y hay en mi contrario al criterio y vo· luntad de mi Padre, y, por consiguiente, al mismo Dios. Después de haber– me arrepentido y acusado de todos mis pecados e imperfecciones de estos siete años, empezando por el abuso o mal comportamiento que tuve con V. R., de 1910 a 1913, de mi bajo modo de cooperar a la acción santifica– dora de su paternal dirección, siempre tan divina, y de lo poco que había llorado la privación de este medio de santificación, que es mi vida y mi todo, o sea haberme portado en esta desventura como niña irreflexiva que se contenta con llorar ocho días la pérdida de su padre, de su madre, de su vida, de su todo y se resigna en su infortunio, porque no conoce lo que pierde, etc., sentí la impériosa necesidad de avalorar mi arrepentimiento, no sólo con los méritos de mi Salvador y Madre Purísima, sí que también con las tribulaciones que a mi Padre verdad le costó la orfandad y desven– tura de su infatuada hija, con las lágrimas de amor y dolor que ha derra– mado por mí y que Nuestro Señor recogió en su seno para lavar con ellas mi alma de las innumerables suciedades que he contraído durante su larga ausencia. 4.-El amor santo y santificador que V. R. me profesa y me profesó siempre, su compasión y ternura, celo, etc., se impuso a mi alma de modo real, asombroso. Mostróme Nuestro Señor a mi Padre del alma presa de Ia más viva angustia, como una madre que reclama el hijo o la hija única, que una mano enemiga le ha arrebatado, como un padre que vigila a su hija desde lo alto de una colina que domina la planicie donde yace ésta agoni– zante en medio de enemigos feroces, siempre suspirando por ella como si la
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