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CARTA CI:XIV; 25 Jl!INIO 1920· 5.-ET 26, después de una noche de sufrimiento más interiso, prolongado y violento, me sentí llamada a un recogimiento especial,· dur.ante el cual pa– decí mucho y gocé. El sufrimiento era divino (no como el referido, aunque guardaba relación). Padecía por lo perversa y desagradecida que he sidb para mi Dios, por el abuso de las gracias recibidas y la lastimosa pérdida del tiempo y un& vida, talentos y energías. malgastados; Procuré repasar los agravios divinos, y me puse al servicio de la. ·gloria de mi Dios con todas mis facultades, que le consagré una a una. El gozo me producí.a la presenda de mi Dios Uno y Trino en mi interior,. quien se mostn1ba a través de una imagen viva y radiante de majestad y belleza. EL atributo que especialmente se imponía a mi alma, velado en dicha iinagen, especie, noticia o corno se llame, era la incomprensibilidad, percibía la Realidad divina, a. mi Dios Uno y Trino como Dios escondido. De repente, a la image:n. o. forma de Dios sustituyó una, tiniebla, mientras ponía, a. su servicio una de mis: pasiones, la audacia, y me preparaba para luchar con la justicia eterna a favor de los pecadores a imitación de mi Madre y Reina..divina. 6.-Varias veces, en los días anteriores, había provocado a la · divina justicia para que se impusiera a mi alma, sin obtener respuesta. Este día, sin haberla invocado, surgió del seno de la tiniebla, que reemplazó la visión sin forma, como una tiniebla que rebulle en el centro de otra tiniebla, o como vida envuelta en negro manto que surge de un abismo tenebroso. Ericaróse conmigo de un modo que no puedo explicar, porque no era imagen ni for– ma; y, refiriéndose a mi consagración y empleo de la audacia, me signific& por modo divino que soy muy mala, que he ofendido mucho y no merezco. sus. divinas condescendencias ni los triunfos que espero. No me extrañó el reproche, porque sentía. el peso de ingrata. correspondencia y graves pecados, que hacía hora y media procuraba repasar practicando varias virtudes y ofreciendo los méritos de mi Dios Humanado y de mi Madre divina; pero. sí me estremecí y acabé de aniquilarme. Temí los justos juicios de Dios, la. posibilidad de una negativa de fa justicia a mis súplicas y de una separa– ción eterna del sumo Bien. Pero duró esto un momento brevísimo: me sentí revestida de fortaleza y confianza sin límites para luchar con fa divina jus– ticia, si es menester hasta vencerla. Para esto me apoyé en la misericordia, en el amor infinito de Dios a las almas, en los méritos de Jesús y María, in, tercesión de los Santos, etc.; pero la justicia no díó lugar: desapareció sin haberse impuesto a mi alma, y con ella la tiniebla que le servía de habita– ción. Cosa extraña: cuando se oculto la justicia divina (su aparición fué
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