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292 CORRESPONDENCIA DE LA M. ANGELES CON EL P. MARIANO fortaleza; pero no lo he hecho temiendo que si me concede esa gracia, mi sufrimiento será menor, y quiero que la voluntad santísima de Dios sea glo– rificada en mi grande flaqueza. 2.-Las primeras inyecciones dedicadas a fortalecer ·el estómago, la ca– beza y los nervios, dieron el resultado que V. R. sabe; y posteriormente me aplicaron otras. buenísimas; empecé a nutrirme de modo maravilloso. Pero mientras esto sucedía, la atonía o debilidad que padecía hace muchos años-unos 16-fué acentuándose y mi vientre, que hace mucho tiempo pa– recía mortal, empezó a sufrir horrores; se puso tieso como el tímpano, infla– mado y completamente paralizado, como el de los agonizantes en los momen– tos supremos de la vida. No había modo de hacerlo funcionar; se intercep– taron los conductos de las evacuaciones, y es indecible las angustias de muerte que sufría; me veía morir, reventar. Todo eí día pujando con unos esfuerzos tan extraordinarios que me enajenaban. Estuve así unas tres semanas. Me sentí gravísima; pero como estaba todo el día sola, ignoraban mis queridas religiosas la gravedad de mi estado, fuera de álguna que otra vez que me sorprendían en los momentos de su– prema angustia. Como no podía estar ni de pie ni sentada, y sufría horrores en los actos de comunidad, el lunes de Pentecostés me acosté; y el siguiente día, al repetirme un accidente que había sufrido sola por. la mañana, las reli– giosas que lo observaron y compartieron mi angustiosa situación, alarmadas, llamaron al médico y ocurrió lo que sabe V. R. (2). · El médico de .cabecera estuvo el más acertado; pero no se dió cuenta d!él la intensidad de rp.is sufrimientos ni de la gravedad de mi estado hasta hace tres días... Ya ve, Padre. mío, qué cosas dispone Dios para probar el rendi– miento y la paciencia de esta pequeñita criatura. ¡ Sea bendito por todo ! · Ya no puedo continuar. A juzgar por el alivio que experimento, puede l')sperarse el i:~stablecimiento de este intestino desgastado. · Excuso decirle, Padre mío, lo que han sufrido mis queridas religiosas al verme en este esta– do; y en cuanto a mí, he tenido horas, días y noches tan dolorosas, que es– taba enajenada como los moribundos, alejada mi vida o retirada en unas profundidades que parecía imposible reanudar su comunicación con el orga– nismo paralizado. No me daba cuenta de lo que hacía; mi mirada y modo de hablar eran tan distintos que parecía una moribunda. (2) Las Religiosas tenían al Director bien informado del curso de la enfermedad de la paciente, que no podía hacerlo por sí misma.

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