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CARTA CLXIV, 25 JUNIO 1920 27 momento que rne dirigía, hallaba a mi Dios, me adhería a su seno divino y era favorecida con sus soberanas efusiones, de tal manera que, si me fijaba en el Padre, en Él quedaba abismada, sin poder fijarme en otra Persona o Perfección, si bien en el Padre poseía y gustaba con viveza las tres inefables Relaciones establecidas en su vida íntima en unión de la Santa Humanidad del Verbo y de la Santísima Virgen. Primeramente, o la primera vez que me fijé en Dios, no vi más que a la Santísima Virgen, mi Reina y Modelo, quien me pareció que bebía la vida divina en Dios en forma parecida, colo– cada a mi izquierda. La segunda o tercera vez vi que la Santa Humanidad del Verbo, procedente de la Señora, se colocaba a derecha; en el alto grado que conviene a la Unión Hipostática; bebía a su vez la vida divina en el Padre y percibía la Filiación, haciendo yo lo mismo, colocada en medio del Hijo y de la Madre. Esto no fué cosa imaginada, como quien hace com– posición de lugar, sino que se impuso la visión a mi alma como realidad. Otras veces me dirigía al Verbo; otras, las más, al Espíritu Santo, repi– tiéndose el estacionarme en la Persona divina objeto principal de mi contem– plación y el hallar a las tres en cada una. 4.-Mas el reposo y felicidad duraba poco; no pasaba de tres o cuatro cuartos de hora, porque revivían los recuerdos penosos y éstos me arranca– ban o meaban fuera de Dios y me colocaban en la creación, en el destierro, o n~ sé cómo decir. En vista del daño que me ocasionaban las ideas tétricas o ·1a memoria de mi historiá dolorosa, el 24, por la tarde, hice propósito de olvidarl.o y rechazar como tentación; en cuanto a las palabras de V. R., pen– sar sólo en las que podían contribuir a sostener mis relaciones con las divi– nas Personas, olvidando las demás por ahora. No lo conseguí, .•sino que re– cordaba mejor éstas que las que elevan, sin duda porque las acogí con más fe y me había asimilado mejor, como me sucede siempre por mi tendencia al aniquilamiento; y merced a su influencia revivían las agonías y torturas de corazón, y en estas alternativas pasé toda la .semana sin poder conciliar el sueño, sufriendo en cuerpo y alma. Varias veces quise procurarme un alivio en las altas horas de la noche o ~oches, levantándome para escribir a mi Padre y exponerle mi situación, confiarle mis penas, las profundas heridas de mi atribulado corazón; pero me detuve porque temí molestarle y porque pensé que agradaría más a mi Dios padeciendo en silencio, y que me conve– nía apurar el cáliz y familiarizarme con los pensamientos que ejercitaban mi resignación y paciencia. Temía, además, contribuir a mi desgracia si le
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